Dos poemas valcheteros/Por Jorge Castañeda


A veces uno, como Hamlet Lima Quintana, se despierta contento. Y por eso después de desayunar sale a trajinar las calles del pueblo. Y toda la comarca es una arcadia llena de colores y aromas. Los pájaros pian desde los árboles. Las calandrias cantan. El agua en las acequias corre generosa regando huertas y jardines. El arroyo espeja los sauces llorones. Mis pasos me llevan  al camino que lleva a las chacras y veo la cascada que canta su letanía jubilosa. Más allá el bosque petrificado me habla de un pasado milenario.

Por la tarde ¿Ay, las tardes de Valcheta!!  Generosas de crespúsculos donde el sol ensangrentado se pierde tras el horizonte recortando la silueta de los álamos. Y me digo –mañana seguro habrá viento y Eolo hará der las suyas. Pero nace el poema.

ATARDECER EN VALCHETA

El horizonte ensangrentado

Tiraniza la tarde.

Con el último arrebol

Pareciera que las nubes

Encendidas arden.

Hasta las copas

De los árboles

Lucen lampos

De  rojizos

Otoñales.

Entre rojas nubes

Silencioso y sin alardes

El sol se marcha

Lentamente con la tarde.

Personeras del viento

-eso se sabe-

Algo anuncian

Con su roja pelambre.

Atardece en Valcheta.

El ocaso granate

Escribe con sangre

Su postrer mensaje.

Heraldo del viento

Bermejo el paisaje

Ensangrienta

El cielo

De encarnados

Encajes.

Y el cielo incendia

Otro día su traje.

Mi pueblo es hermoso. Su valle es un vergel forjado por los pioneros con la pasión de los iluminados. En el verano todo presagia un paraíso. Lleno de aromas, los ligustros y las acacias saludan al viandante. Los loros parlanchines se despiden de su hábitat en las riberas para ir a ganarse el sustento cotidiano. En las riberas el verde marea como un mar. Desde el viejo puente ferroviario sobre el arroyo las paralelas de las vías se juntan en el horizonte. Más allá la estación entona su tango de adioses y nostalgias. Algunas abejas liban el néctar de las flores silvestres de las jarillas.

En Valcheta se produce de todo: dulces, miel, nueces, pollos de campo, chivitos, lechones, de todo…

Si el forastero visita Valcheta conocerá a su gente, escuchará a sus cantores, probará sus manjares, beberá el agua de su arroyo y siempre volverá.

Pensando en ello los versos me llegan presurosos y prietos en celdillas iguales. Los recuerdo y no quiero que se me olviden. Me apresuro. Llego a casa y los ordeno como soldaditos en un desfile:

VALCHETA BENDITA

Los huevos caseros

Que vende Bañares

Dulces “el arroyo”

Sabrosos manjares.

Aceite de oliva

Vinos regionales

Cerezas maduras

Los verdes parrales.

Tomates de Astrada

Lechones locales

Espárragos tiernos

Árboles frutales.

Tus claras acequias

Noches estivales

Valcheta qué lindo

Hermoso tu valle.

Melones redondos

Nueces especiales

Ramitos de albahaca

Floridos rosales.

Chivitos de campo

Ricos animales

Los hornos de barro

Crocantes los panes.

Licores de frutas

Guindados amables

Que dulce la miel

Que dan los panales.

Su verde comarca

De todo a raudales

Valcheta bendita

Caricias de madre.

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