Yo me siento orgulloso de vivir en Valcheta por varias razones. Primeramente porque fue el solar donde mis padres fueron felices. Ambos obreros. Mi madre modista y mi padre maestro albañil. Siempre llevaré sus blasones morales conmigo, porque eso es cosa que no se negocia. Mi padre con varias generaciones de rionegrinos desde que mi bisabuelo se radica allá pos los años 1890 en Choele Choel, hasta que Valcheta conoce a mi madre, nacida de un inmigrante libanés en el paraje de Nahuel Niyeu. Esa nacencia tuve y a pesar de haber nacido en Bahía Blanca por razones de la salud de mamá, mis primeros recuerdos son para Valcheta: desde la casona de mis tíos, la sastrería de Arborello, el doctor Pizarezky, las acequias y las maravillosas riberas del arroyo. Viejos recuerdos que con el paso de los años uno tal vezidealiza por aquello de que “todo tiempo pasado fue mejor”. Puede ser.
Ha pasado mucho el tiempo. Pero pareciera que la fuerza de la tierra de uno se arraiga en nuestra alma y es imposible no quererla y estar orgulloso de ella. En Valcheta muchos hemos encontrado una nueva arcadia, generosa, con regazo de madre para nuestro cansancio.
Por otra parte Valcheta tiene todo. En su atrapante paisaje conjuga cielo, meseta, bajíos, estepa y valle. ¿Se le puede pedir más?
La mano de Dios ha sido generosa y pródiga. El viejo arroyo mesetario nunca se seca, por el contrario vivifica con sus aguas chacras y jardines. El bosque petrificado más septentrional del país nos cuenta una historia de sesenta millones de años cuando un bosque tropical brindaba sombra y alimento a los dinosaurios del lugar.
Si algún visitante quiere asombrarse en el Museo local podrá apreciar los milenarios huevos de estos saurios y hasta dátiles hechos piedra de las palmeras petrificadas.
Todo el pueblo es un canto a la vida. Los restos de las viejas cepas del mejor vino chacolí al decir de los expertos, los dulces regionales, las sabias manos de la tejedoras de matras, la labor de sus artesanos, el canto de sus músicos, reconocidos a nivel nacional.
Quién sale a caminar por sus espacios verdes podrá deleitarse y pasar un grato momento y si le gusta el solaz sentarse a la tardecita en los bancos de la glorieta.
La estación de ferrocarril merece visitarse. Está como a principio del siglo pasado. Con su vieja campana, su sala de espera, su redondo reloj donde las horas parecen haberse detenido en el tiempo.
En Valcheta hay tiempo para todo. Porque como en todo pueblo que se precie todo transcurre con menos urgencia.
Las viejas casas aún se mantienen en pie y hasta un castillo medieval sorprende al visitante, En él me he sentido todo un señor feudal. El edificio de la Comisaría llama la atención por su forma caprichosa.
Todo en Valcheta invita al sosiego, a las prolongadas siestas mientras el sol da color y sabor a los racimos de las chacras cercanas.
Florecen los almendros, las cerezas maduran. Todo se viste de fiesta. Hasta las loradas están más parlanchinas y los pajaritos alegran la vida con sus trinos.
En Valcheta, mi pueblo, la vida se apesebra. Todo canta y su gente acorde con su pueblo sabe ser solidaria. ¡Qué lindo es mi pueblo!