Walt Withman, el gran poeta de Long Island y autor de “Las hojas de hierba” supo decir que “quién toca este libro toca a un hombre”. Yo diría que quién toca un libro de Elías Chucair, poeta y escritor de Ingeniero Jacobacci, no solo estará tocando a un hombre sino a toda una región, con su paisaje, sus bellezas, sus pobladores, su zona rural, sus vientos, sus lejanías, su olvido, sus personajes, sus leyendas y sus mitos.
Palabras, palabras, palabras, al decir de Hamlet, príncipe de Dinamarca, dando forma y expresión a un lugar en el mundo –su lugar en el mundo: su pueblo, la Región Sur, la Patagonia.
Esa región que “Patagonia se llama y que trae de tiempos lejanos una rica historia larga” y que fuera el imán para atraer aventureros de toda ralea y condición que se afincaron en ella, como también a los inmigrantes venidos de aquellos países del Oriente: libaneses como los padres de Elías, por ejemplo.
Elías Chucair va pintando con mano firme y pluma amena las vivencias y anécdotas de quienes pasaron por estas regiones y dejaron en ellas familias y afectos. En síntesis, como el título de uno de sus libros lo dice: “Dejaron improntas”.
Parafraseando al bueno de Baldomero Fernández Moreno podemos afirmar de Elías que “todo lo que tuvo que ser lo ha sido”: padre de familia, periodista, comerciante, político, escritor, historiador, amigo.
Cuando nos encontramos solemos intimar en los menesteres que más nos agradan: las letras y los libros, los poemas y los relatos. Y yo lo escucho recitar con verdadera pasión a los clásicos y a los actuales, porque si algo sabe este poeta con estampa de patriarca es enseñar hablando, así nomás, hablando.
Su biblioteca estudio es un santuario de libros y recortes. De saberes, de recogimiento intelectual, donde las viejas voces amigas emergen del silencio claustral.
Por mi parte tengo en el anaquel preferido de mi biblioteca –el de los libros dedicados por sus autores que ya sobrepasan los seiscientos ejemplares- todos los publicados por Elías Chucair, un ramillete que ya supera los treinta y cinco títulos, entre los de poesía, cuentos, relatos, novelas e historias.
En alguno de ellos dice: “Para mi estimado amigo Jorge, con el viejo afecto y los mejores deseos”. Elías – Marzo de 2015.
El primer libro que cayó en mis manos para deslumbrarme y abrirme los ojos al paisaje y al corazón de la gente de nuestra zona fue “Bajo cielo sur”, un poemario imperdible para comprender lo que significa la palabra identidad. Y entonces supe entender que no hay grandes o pequeños libros, ni grandes ni pequeños escritores, sino grandes hombres y pequeños hombres. Supe que cada uno tiene su propio tono, su propia voz; y la de mi amigo Elías Chucair es la voz de toda una región que todavía duerme a la intemperie de una sociedad cada vez más injusta a pesar de esa tan mentada “modernidad” que se lleva todo sin dejar dividendos.
Si se toca algún libro de Elías se escuchará como música de fondo el soplo arisco del viento patagónico, se sentirá el gusto a michay en la boca, se andará en las tropas de carros como antes, se bajará para tributar al “Maruchito”, se escucharán los tiros de la bandolera inglesa, se investigarán las matanzas de Lagunitas, se develará el misterio del “Collar del chenque”, se dejarán improntas, se pasará de umbral adentro entre tiempo y distancia, Sur adentro, con grillos y silencios.
Tengo en mis manos su último libro: “Testimonios de antaño” un placentero viaje al pasado que cuenta historias del pago chico. La época de oro de los ferrocarriles, de pioneros como el Ingeniero Jacobacci, del destino de sus libros, y de sus amigos de otro tiempo.
Elías Chucair es el viejo maestro abriendo generosamente las puertas de su corazón para todos los que amamos las letras.
Ha sabido reponerse a esos golpes duros que la vida a veces quiere propinar a sus criaturas para templarles el ánimo.
Elías es un ejemplo para todos los escritores patagónicos: por su pasión por la palabra, por su rescate de la pequeña historia de la región, por su gran bohonomía, por su sentido de la amistad, por una condición ética que nunca admitió claudicaciones. ¡Elías es un grande!!
Por eso yo levanto como Maese Gonzalo de Berceo mi copa de Bon vino y bebo a tu salud, hermano Elías, ¡Que Dios te siga dando larga vida!!
Jorge Castañeda
Escritor – Valcheta