En uno de sus doce libros Marco Aurelio expresó que aprendió de su padre adoptivo Tito Antonino: «A ser clemente, y también inflexible en las sentencias dictadas después de un juicioso examen. Saber ser inflexible al brillo falaz de todo cuanto se llame honores. Saber ser trabajador y constante en la tarea. Hallarme siempre dispuesto a escuchar a los que nos dan consejos útiles y de público interés. Asignar siempre al mérito personal todo lo que al mismo se debe. Conocer cuando hay que resistir o acceder. Poder renunciar a los amores de los adolescentes; tener un alto concepto de la sociabilidad. No le agradaba que sus amigos fuesen a comor en él todos los días, ni que en todos sus viajes lo acompañasen. Aquellos que no haqbían podido venir, le encontraban siempre igual. Examinaba cuidadosamente en sus consejos lo que más convenía. Deliberaba mucho y nunca se detenía en sus primitivas ideas. Tenía el arte de conservar sus amigos, y jamás tuvo ni repugnancia ni amistades forzosas. En todos los azares de la vida se bastó por sí solo; jamás perdió la serenidad. Sabía reprimir las aclamaciones y toda adulación rastrera. Sin cesar velaba por la conservación de todos los órganos del Estado, oblaba puntualmente los gastos de las fiestas públicas y creía muy natural que murmurasen de su proceder medido. No era ni supersticioso con los dioses, ni obsequioso con los hombres; no abrigaba ningún deseo de agradar ni de buscar la popularidad: en todo mostraba moderación y firmeza; sabía observar las conveniencias sin ir contra las costumbres. Sin ostentación aprovechábase de las ventajas que le procuraban en abundancia sus grandes riquezas, y daba a entender que no lo hacía unicamente porque eran suyas, sin acordarse de los que podían carecer de ellas. Nunca dio lugar a que dijeran de él que era un pedante, gracioso o bufón. Decían, por el contrario, que era recto, formal, inaccecible a los halagos y capaz de dirigirse a sí mismo como también a los demás. Sabía honrar a los verdaderos filósofos, sin reprochar nada a los que lo eran en apariencia, aunque sin patentizarlo. Su conversación era fácil y de una gracia tan exquisita que jamás decaía el interés de la misma. Sabía cuidarse con moderación, y nunca por apego a la vida con el deseo de agradar; sin abandonarse negligentemente, prestaba únicamente atención a las necesidades de la salud, para no tener que recurrir ni a remedios ni a la medicina. Sin ser envidioso reconocía la superioridad de los demás, ya en elocuencia, en conocimiento de las leyes, en filosofía moral como en otra ciencia cualquiera. Contribuía, además, a establecer la reputación de los hombres de mérito, cada cual en su categoría. Basábase su conducta en el ejemplo de nuestros padres, pero esta imitación era sincera y desprovista de hipocresía. Desagradábale cambiar continuamente de lugar y de objeto; nunca se cansaba de permanecer en un mismo sitio y por los mismos asuntos. Desaparecidos sus violentos dolores de cabeza, reanudaba sus ocupaciones ordinarias como si no le hubiese sucedido cosa alguna. No guardaba muchos secretos; por el contrario, y si por excepción ocultaba algunos, eran únicamente secretos de Estado. En tratándose de dar espectáculos, construir edificios, hacer concesiones al pueblo u otras circunstancias similares, procedía con prudencia y circunspección, procurando hacer lo más conveniente, sin tratar, por eso, de aumentar la popularidad de que gozaba.No se bañaba nunca en horas intempestivas, ni tampoco tenía la manía de construcciones, No había nada de exquisito en los manjares de su mesa, ni nada extraordinario en la calidad y en el color de sus vestidos. Hallándose en Lorio llevaba un vestido comprado en el pueblecito vecino, y casi siempre de un tejido de Lanuvío. Se ponía unicamente el manto para ir a Túsculo, y trataba, con todo, de disculparse. En todo lo demás obraba de análoga manera. Generalmente no era severo, ni molesto, en sus maneras, ni tampoco violento. No se esforzaba mucho en que llegaran a decirle: «su trabajo le ha de costar»: por el contrario, discutía los negocios uno por uno, los examinaba cuidadosamente, con orden y energía, y procuraba establecer en sus actos una buena inteligencia. Pudo aplicársele lo que se dijo de Sócrates: que poseía la fuerza de privarse o de gozar indiferentemente de lo que la mayor parte de los hombresno pueden privarse sin tristeza, no poseer sin exceso.
Saber ser enérgico, paciente o moderado en ambos casos, es propio de un hombre perfecto o superior; tal fue el carácter que él nos diera a conocer durante y después de la enfermedad de Máximo».
Se trata simplemente de un manual para el buen gobernante y una mejor persona. Deberían nuestros políticos mirarse en el espejo de estos grandes hombre e imitarlos aunque sea un poco.
Jorge Castañeda
Escritor – Valcheta