Entre la meseta de Somuncurá y el Gran Bajo Gualicho, la Región Sur de la provincia de Río Negro cautiva con su paisaje agreste, pero deja una impronta en el alma de quienes la habitan o del forastero que la visita.
Los cerros de nombres y formas caprichosas parecen gigantes velando su territorio mágico de ensueños y leyendas.
Las lagunas ondulan azules mecidas por el viento que con ellas juega mientras que la luz del sol se divierte sobre su superficie como un prisma de mil reflejos.
Los escoriales como pelados calveros atrapan desde su misterio y su soledad tallados rudamente como por una mano formidable desde el principio de los tiempos.
Los parajes dormidos entre basaltos y coirones abrigan el corazón y el alma de los pobladores que en ellos viven y trabajan.
El verde de algunos árboles, los pequeños arroyuelos y sus manantiales, los mallines frescos donde cantan alborotados los pajaritos, el cielo azul tan transparente como un cristal, los puestos donde las majadas de ovejas balan su bucólica canción, los valles menores distintivos y hermosos; todo ello conjuga una geografía incomparable, donde el hombre se prueba con la naturaleza y ambos conjugan una armonía de sentires y saberes.
Los ojos asombrados del ingeniero Domingo Pronsato, hijo ilustre de Bahía Blanca dejó a la región perpetuada en sus palabras de una paleta tan colorida como sus cuadros.
“Por caminos formidables el planeta marchó hacia los jardines del mundo. Los arroyos tributarios dan lugar a profundos valles, donde abundan ubérrimos mallines de pastos dulces aptos para el ganado, en tanto que las altas planicies están cubiertas de espesos mantos de basaltos o lavas negras, que le confieren al paisaje un carácter rudo y adusto, casi legendario”.
Los pueblos de la querida Línea Sur son un ramillete de asentamientos humanos donde sus sufridos habitantes saben reponerse de todas las adversidades y transformar el olvido que sufren en actos solidarios y en el compartir la mesa hospitalaria con los visitantes.
Llegar a los pequeños parajes es una fiesta: la sombra refrescante de los álamos, los sauces y los mimbrales y como si eso fuera poco algunos frutales regalando la dulzura de sus pomas maduras.
Un molino cuyas aspas gira en la distancia, los alambrados, los puestos de los establecimientos ganaderos, las ovejas y las chivas que balan en los aprisco, el relincho de los caballos serviciales, el aroma a pan casero y tortas fritas y la mano fraterna del hombre de campo que habla poco porque le sobra prudencia.
La región sur es una arcadia por descubrir con sus bellezas naturales, sus pinturas rupestres, sus petroglifos milenarios, sus yacimientos paleontológicos, sus bosques petrificados, sus huevos de dinosaurios.
Sus mujeres sabias y esforzadas acompañan a la par el trabajo de sus hombres. Saben de trajinar la cocina con manjares y viandas, hacer dulces y mermeladas, tejer matras en el telar y encender las alegrías cotidianas a pesar de todas las privaciones.
Cuando las labores conceden una tregua, alrededor del asado de cordero brotan los arpegios de una guitarra o las melodías de alguna ranchera en la acordeona.
En las noches de la región sur las estrellas de tan bajas se pueden alcanzar con las manos. Las Marías y la Cruz señalan y rigen la vida de sus hombres y mujeres.
Cuando llueve, llueve y el agua desborda cañadones y cola las aguadas. El agua es bendición. Y la nieve trae el augurio de una buena parición.
La región sur tiene tesoros recónditos. En ella se forjan los caracteres para vencer todas las encrucijadas de la vida. No tiene nada, pero tiene todo. Y cuando uno más se aleja de ella, más se la extraña.
Que la mano del Altísimo bendiga sus pueblos, sus campos y en especial la vida de sus pobladores.
JORGE CASTAÑEDA
ESCRITOR VALCHETA